Somos Bart y Loes.
Él pasó años trabajando en techos planos como autónomo, mientras ella cortaba el cabello a medio pueblo en casa – con café, galletas y buenas conversaciones.
¿Trabajo duro? Eso lo hacíamos desde que podíamos caminar. Pero un día, surgió la gran pregunta:
“¿Esto es todo?”
Spoiler: no.
Siempre en movimiento. Siempre buscando. Paz, espacio, algo que realmente se sienta bien.
Nos fuimos de viaje – los cuatro, en una autocaravana. Ocho meses.
De un lugar a otro. Escuchamos historias, dejamos que la vida nos llegara.
Y en algún momento del camino, sucedió: nos inspiramos.
Empezamos a soñar. A fantasear.
Investigando. Hablando, mirando, sintiendo.
Y poco a poco, se hizo real.
Decidimos: vamos a hacerlo. De verdad.
Vendimos nuestra casa y nos pusimos a buscar casa en España.
Y la encontramos: un diamante en bruto en Coín, con árboles maduros, aves cantando y una vista que te deja sin palabras. No una ruina, sino un proyecto.
El potencial era evidente. Este era el lugar.
¿Pero la compra? Fue difícil.
Nada salió fácil. Fue una montaña rusa de emociones.
Nos despedimos de amigos y familia y dejamos todo atrás.
Y pensamos: lo conseguiremos.
Pero, con el tiempo, descubrimos que la hipoteca era mucho peor de lo que nos habían dicho.
Nos habían malinformado desde el principio, y de repente nos enfrentábamos a un gran revés.